Mis primeras sílabas lo dijeron todo.
Apenas me habían salido dientes y ya tenía un propósito: ganarme su respeto y
amor. Ya han pasado 24 años y por mucho que mi cuerpo y mente hayan cambiado,
en mi corazón continúa la misma meta: ser el orgullo de mi papá.
Dicen que las niñas simpatizan más con los
padres y los niños con las madres y que los sexos opuestos se atraen. No lo sé,
quizás sea cierto, la verdad es que desde siempre he sentido la necesidad de su
aprobación.
Nunca me regañó en público, no fue
necesario, un “no” rotundo y áspero era suficiente para que yo renunciara a
cualquier idea loca y ocurrente.
Él fue quien me motivó a matricular en
Karate Do, a pesar de los prejuicios y reproches de mi madre por practicar un
deporte que podía convertirme en una “marimacha”.
Fueron muchos años de apoyo, de darme
aliento y fuerzas, de poner hielo a los golpes…de mirarme con ese sentimiento
de deber cumplido. Debo confesar que él fue mi principal impulso para alcanzar
el cinturón negro, esa victoria fue más de mi papá que mía. Aún recuerdo aquel
día, él estaba muy feliz, pocas veces he visto brillar tanto sus ojos.
Todo en mi vida ha sido más fácil por su
presencia, la de él y la de ella, por supuesto. Pero mami siempre fue más
protectora, quería evitar que estudiara en La Habana y que me alejara de la casa. Pero él, nuevamente, se mantuvo a mi lado, y
me dijo: “lo que decidas yo siempre te apoyaré”, desde ese entonces desaparecieron
los obstáculos.
Muchas veces, sin que se dé cuenta me quedo
mirándolo y, en silencio, disfruto ese momento que compartimos juntos. Siempre
que tengo la oportunidad le digo cuánto le amo, creo que esa frase necesita
repetirse con frecuencia.
Ahora que escribo, vuelan miles de
historias en mi cabeza y emergen cientos
de razones que me dicen que este escrito debe ser infinito, porque las palabras
resultan insuficientes cuando sentimientos tan sublimes se desean estampar en
una hoja.
Pasarán los años, y me convertiré en una persona
adulta, de esas que habla el Principito en sus historias, pero, para él,
siempre seré aquella pequeña que se acostaba en su pecho y le pedía una canción.
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