jueves, 13 de junio de 2013

Mis dos primeras sílabas: papá



Mis primeras sílabas lo dijeron todo. Apenas me habían salido dientes y ya tenía un propósito: ganarme su respeto y amor. Ya han pasado 24 años y por mucho que mi cuerpo y mente hayan cambiado, en mi corazón continúa la misma meta: ser el orgullo de mi papá.
Dicen que las niñas simpatizan más con los padres y los niños con las madres y que los sexos opuestos se atraen. No lo sé, quizás sea cierto, la verdad es que desde siempre he sentido la necesidad de su aprobación.
Nunca me regañó en público, no fue necesario, un “no” rotundo y áspero era suficiente para que yo renunciara a cualquier idea loca y ocurrente.
Él fue quien me motivó a matricular en Karate Do, a pesar de los prejuicios y reproches de mi madre por practicar un deporte que podía convertirme en una “marimacha”.
Fueron muchos años de apoyo, de darme aliento y fuerzas, de poner hielo a los golpes…de mirarme con ese sentimiento de deber cumplido. Debo confesar que él fue mi principal impulso para alcanzar el cinturón negro, esa victoria fue más de mi papá que mía. Aún recuerdo aquel día, él estaba muy feliz, pocas veces he visto brillar tanto sus ojos.
Todo en mi vida ha sido más fácil por su presencia, la de él y la de ella, por supuesto. Pero mami siempre fue más protectora, quería evitar que estudiara en La Habana y que me alejara de la casa.  Pero él, nuevamente, se mantuvo a mi lado, y me dijo: “lo que decidas yo siempre te apoyaré”, desde ese entonces desaparecieron los obstáculos.
Muchas veces, sin que se dé cuenta me quedo mirándolo y, en silencio, disfruto ese momento que compartimos juntos. Siempre que tengo la oportunidad le digo cuánto le amo, creo que esa frase necesita repetirse con frecuencia.
Ahora que escribo, vuelan miles de historias en mi cabeza y emergen  cientos de razones que me dicen que este escrito debe ser infinito, porque las palabras resultan insuficientes cuando sentimientos tan sublimes se desean estampar en una hoja.
Pasarán los años, y me convertiré en una persona adulta, de esas que habla el Principito en sus historias, pero, para él, siempre seré aquella pequeña que se acostaba en su pecho y le pedía una canción.

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